“Arde la calle al sol de poniente”. Era la canción que resonaba en su mente. Famoso estribillo allá por los ochenta de la mano del grupo español de su mocedad Radio Futura.
Cada verano llegaba la solicitada canción a atraparle con sus cantos de sirena, espejismo de luz en día de plegaria ciega. Tal vez, recordaba las tribulaciones que llegaban a la mente de Mark David Chapman cuando disparó a quemarropa sobre John Lennon en los edificios Dakota, un frío diciembre de 1980. Si la memoria no me falla, un día ocho, dejando huérfanos de ideales a parte de su generación. Cerrando la cuadratura del círculo.
Como al famoso asesino, la canción se le enquistó y los veranos eran amantes de cautiverio. Su grito silencioso era cada vez más salvaje. El poderoso influjo cada vez más aterrador. Su fe en el cuerpo era desterrada por la voz imperiosa que le conminaba cada verano. Este mes de agosto ya no pudo más.
Los rayos de sol percutían incesantes sobre todas las estribaciones de la carne y la tierra, golpeando con la necesidad natural la expansión del rey sol. La afrenta de la melodía era cada vez más insistente y tras los ecos de una guitarra, él atisbaba la felicitación del algún jornalero, pues ya no veía a la calle arder sino al campo.
Con el rictus de la monotonía y el despecho de la urbe, trasformó la calle en campo que arde bajo el sol de poniente.
El reflujo del calor caía inmisericorde sobre su cuerpo. Las largas horas de sol yacían sobre su conciencia, mientras sus principales valores se iban derritiendo tras horas de “Lorenzo”. Imperturbable en su gesto la melodía iba siendo elemento natural de su pensamiento y motivo indispensable para vivir. El astro se trasformó en Dios. Única religión del credo de un Guardia Civil destinado a la planicie de un pueblo castellano manchego. Con el rictus de la monotonía y el despecho de la urbe, trasformó la calle en campo que arde bajo el sol de poniente. No quería dar motivos de insatisfacción al Dios creador de su destino.
Confiado en su buena acción y que los lugareños saciasen de ocio sus horas de trabajo a destajo, quiso ahorrarles la quema de rastrojos controlada. Ya que tenían derecho al disfrute veraniego y no por unos rayos de sol benignos, se iban a andar mal metiendo en cuestiones que la calor no les solicitó.
“Arde, arde" era la palabra continúa, reiterada como epitafio de cada campo quemado. Así hasta el número diecinueve. Voz débil y delito consumado pero definido por unos testigos que reconocieron el acto del presunto.
Un Guardia Civil que vela por nuestra seguridad al servicio de una voz que le ordena quemar los campos de Castilla.
Un Guardia Civil que vela por nuestra seguridad al servicio de una voz que le ordena quemar los campos de Castilla. Si los Machado levantarán la cabeza de sus tumbas, volverían a ella retorcidos por el dolor del poema resquebrajado por las llamas y el valor resentido de la ignorancia por hacer.
Es, pues, en esta vía crucial cuando uno siente la indefensión de la naturaleza. Tantas personas que pueden caer incomprensiblemente en la tentación del fuego pero, el agravante es que un Guardia Civil al servicio del Estado traicione la confianza de una nación.
Lo que más me preocupa es el calado de los filtros y controles que desde el Ministerio del Interior y demás instituciones públicas se realizan, para evitar que otras voces de mando no autorizadas infrinjan la cadena de mando establecida por la ley. Seguro que la naturaleza nos reservará su venganza futura.
Desde aquí, agradecer a los servicios públicos y funcionarios que se volcaron con Galicia, aún estando de huelga. Quizás ustedes confundan a la voz que en mi interior me indica que unos servicios privados no hubieran ejecutado la misma acción.
Esperando que las voces malditas ardan en su mente en este verano que quema las conciencias, hasta la semana que viene, disfruten de mi ausencia y protéjanse de los rayos solares. Más peligrosos que algunas personas.
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