"La gente no valora lo que tiene", pensé al ver con impotencia los desfases de la gente corriente. Siempre quieren más cuando uno realmente no ha valorado lo que tiene. No son consecuentes con los actos y luego vienen los enfados.
Las ventas a precio de ganga y los sinsabores de los tratos perdidos. La preferencia en esta vida es saber valorar de donde viene uno y a partir de ahí, construir pero sin nunca perder el sur enraizado de donde uno proviene. Y por supuesto, agradeciendo el esfuerzo de donde venimos.
Todo esto viene a cuento, porque he vuelto al punto raíz de mi partida en el mundo en el origen materno de mi vida. Y el espíritu se contagia de felicidad al traspasar el umbral del hogar de Don Restituto. Resti apodado en el pueblo. Mi abuelo me enseño, a pesar de mi niñez a valorar ciertos encantos de la vida. Ahora me veo limpiando el patio después de unos meses la casa cerrada. El tacto con la piedra al pasar el cepillo, el agua de la manguera al regar las paredes sedientas, van evocando pasado y presente. Recuerdos y vivencias.
Me veo conversando con las vidas evocadas y los seres que me han marcado en mi devenir. Y que en parte soy lo que soy gracias a ellos. Con la fuerza del pulso al pasar el cepillo, la sangre bombea con fuerza y la vida se me da. Algunos me llamarán loco, pero la intensidad de lo que siento es tan real como el ladrido lejano de un perro al quejido de la Solana destemplada.
Veo a mi padre de horas tranquilas conversando en la placidez del patio, y con voz risueña saludo sus pasos y me enfrasco en tertulia de amigos compartida. Y veo a la risa por doquier y persigo los pasos de la alegría en el dosel de mi memoria. Me vuelvo párvulo infante y me contagio de una sana felicidad con sonrisa risueña enarbolando la esencia de mis horas. Con esto remarco los minutos y me siento tan bien, en un estado placentero, que me da fuerzas para seguir. Un chute tan intenso es lo que aconsejo a la gente. Es tan importante y facil valorar las sencillas emociones de la vida que muchas veces las complicamos haciéndolas difícil y olvidables.
El canto del gallo me despierta con la alegría de un inocente que quiere aprender de su día a día y asiente a la curiosidad de buena fe, como el alumno que quiere aprender. Mientras, la sociedad va olvidando los valores y el personal se preocupa de la opulencia y del que dirán; de la apariencia y del que todo lo tiene sin tener realmente nada.
Ahora que he tenido el móvil en la UVI y la tecnología aparcada, el contacto humano y la palabra en mano son el punto de partida para hacerme animal societario como siempre ha ocurrido. Con la plena insistencia de las relaciones sociales como para hacernos sentir vivos. Con la única exigencia de la comunicación oral. La ancestral enseñanza de las raíces del hombre. En este palpitar donde las presencias son necesarias el ego se alimenta de los egos compartidos. Un ingrediente más para sobrevivir en estos años donde la soledad del hombre y sobre todo de los infantes se acentúa entre nubes de tecnología y teras.
Por eso, este verano he querido olvidarme de la masa. He preferido un contacto más directo con los lugareños de los sitios a los que he ido. He preferido su información tan directa a pesar del mal fario de unos trenes descarrilando y las lágrimas impotentes marcando los segundos de una velocidad maldita.
También he podido apreciar que el hombre sigue siendo un lobo para el hombre y si no pasan más cosas es porque Dios o el azar no lo precisan.
También he podido apreciar que el hombre sigue siendo un lobo para el hombre y si no pasan más cosas es porque Dios o el azar no lo precisan. Allá en Las Hurdes, en mis paseos de senderista diario he podido ver varias docenas de botellas de cristal vacías esparcidas en las inmediaciones del meandro de Melero, expuestas al sol, hasta que de nuevo las aguas bajen y cubran los lodos y el olvido se haga presente; hasta que un nuevo incendio vuelva a cubrir los odios de Extremadura. Los lugareños lo sabían ¿y los agentes que guardan los bosques que harían? ¿¿Llegará hasta allí su mirada o seguirán lamentandose de la escasez de personal? Yo, al menos, lo comenté porque no podía llevármelas de allí.
El verano prosigue con la pereza de la siesta en las horas calurosas del día. Estado somnoliento que transporta a otros mundos ideales. ¿Ven con qué poco la sencillez nos colma? Les dejo ya hasta la semana que viene. Mañana comienzo a trabajar y no sé los estados ideales a donde irán.
Disfruten de mi ausencia y hagan de su vida un sencillo y placentero verano donde conservar sus raíces y dar lustro a su futuro.
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