
Artículo publicado el 21 de Mayo de 2014, en el periódico digital La Opinión de Trujillo.
Asumiendo la alopecia como destino del hombre que habita mi cuerpo. Asumiendo las pérdidas existenciales a pesar del desconsuelo de perder una real parte de mi. Asumiendo el olvido como plato precocinado que va marcando los días señalados.
Asumiendo el desgaste neuronal de los excesos del tiempo y el fragor de la batalla. Asumiendo con gesto tranquilo los embistes de la vida mientras marco con mi sonrisa el desplante irónico al cotidiano trago. No hay placebo suficiente para mancillar nuestra estulticia consentida porque el escepticismo es uniforme diario y la impotencia es desayuno continental servido con puño apretado.
Asumo que la calma de la soledad es querencia al contrario que la ausencia y el abandono. Asumo compañeros de partida y a la gente de buena fe, con la mano tendida y el apretón de manos, el abrazo afectuoso y el beso sincero. Asumo el trazo sencillo y el gesto amable.
No comparto la cicuta y el amargo sorbo del cínico cobarde. Asumo la existencia de tahúres y gentes de mal vivir, pero comparto los de buena fe y futuro por ver sin el egoísmo del arrogante y el del talante del ego y su solo credo.
Asumiendo que el paso del tiempo es la virtud del hombre que calzo y la gratitud a mis mayores la consigna. Contemplo la vida con la templanza posible y los acontecimientos con la distancia que merece el caso. Aglutino la vida en torno a mí por las ganas de ser, así me congratulo con la estación y el pulso que habita.
Asumo los fracasos existenciales y la rutina diaria de lo que no motiva. Asumo los labios despintados y el interés desmedido. La carencia y la proclama de los defectos. Asumo pues con frecuencia los despistes de mis impulsos. Asumo la incoherencia de las contradicciones como las pulsiones mediáticas que publican. Asumo la soledad del hombre con los pasos vitales que caminan hacia la vejez por los desplantes mortales. Incluso aunque no comparto, asumo los abandonos y los olvidos de los seres compartidos.
Pero hay algo que no asumo en el tiempo que aquí yazco: me cuesta entender la desidia de los gestores. No puedo asumir la montonera de huesos tirados. Clama al cielo el hacinamiento de los cuerpos. Me indigna la osadía del ser vivo, que es mortal también, y permita que nos convirtamos en deshechos sin cuidado, ni orden ni concierto, ni esmero al trato con nuestra experiencia. ¡Qué barbaridad! Ni en tiempos de holocausto ni locuras tribales. Vergüenza ajena que la empírica ciencia atestigua.
Asumo las diferencias espirituales que copulan alma y verifico las ideologías como antagonismos de una verdad pretendida. Asumo la diversidad de opiniones y la falacia de la verdad absoluta, como también el ateísmo y el agnosticismo tienen cabida dentro del abanico de posibilidades.
Pero llegando al final del camino, la particular elección de cada uno es respetable por ser su última voluntad. Comprendo el boato y la pomposidad de los funerales de Estado como los estrictamente custodiados por la intimidad familiar. O los llevados al horno crematorio para las cenizas esparcir por los espacios de la querencia personal. Tal vez, los efectuados al amparo de las diferentes creencias. O los arrojados al mar o festejados con loas y comilonas. Así pues mi entendimiento y comprensión para estos casos se puede decir que es en exceso permisiva.
He obviado todo lo concerniente a seguros de deceso, funerales, ataúdes, nichos, incineraciones y he donado mi cuerpo a la ciencia,
Pero lo que no llego a asimilar es mi caso. Verán ustedes, he tratado de ser altruista con la sociedad y menos gravoso para los míos. Que sólo el desconsuelo les asista pero no he querido darles trabajo. He obviado todo lo concerniente a seguros de deceso, funerales, ataúdes, nichos, incineraciones, etcétera. Me comprenderán si les digo que he donado mi cuerpo a la ciencia, para que doctores y futuros hombres a la medicina consagrados pudieran entender y enseñar la complejidad del cuerpo humano con la sencillez de mi ser.
No he querido ser objeto de quebraderos de cabeza pero ahora a mi me va a explotar. No puedo llegar a entender el estado de las cosas. Estoy mezclado con cuerpos que nunca conocí y no hay ni una buena moza ni gachí que merezca la pena. A la que restregar nuestros cuerpos macilentos. Yacemos unos sobre otros liados como los cables telefónicos y de los aparatos electrónicos que me desquiciaban. Las condiciones de salubridad son nulas y el respeto por nuestro descansó escaso.
Todo el trecho recorrido por las callejas de la vida para llegar a ser un amasijo anónimo de huesos o unos trozos de carne sin ojos. Con el hedor anestesiando nuestra conciencia y con el espanto sobre las órbitas. No todo acaba ahí, nuestras extremidades, articulaciones o lo que se precie puede que las estén vendiendo al mejor postor de alguna facultad necesitada de material tan peculiar. Desgraciadamente el altruismo como en la vida es una desgracia. Y todo por la ciencia.
Les dejo pues, hasta la semana que viene, disfruten de mi ausencia. Espero despertar de esta pesadilla del pabellón del anatómicoa, aunque también tengo pesadillas con unas elecciones europeas a las que asimilo mi indignación con cientos de miles de nulos votos. Qué digo, millones mejor. Así recompongan la democracia como del anatómico recomponga yo mi vida y la dignidad, ahora humedecida y putrefacta.
Kerouac97@hotmail.com
No dejan descansar en paz
ResponderEliminar