La inercia obligaba a perder tiempo. Era una constante. Con gesto inquebrantable el hechizo técnico sustituía otros logros anteriores. Hobbies perdidos, fagocitados por el impulso moderno de la tecnología de alta gama. Prevalecía el impulso salvaje de un ciborg a la caza del nuevo gadget que saliese al mercado. Con ojo avizor y dedos raudos la tenacidad de la búsqueda le hacia estar siempre alerta.
El impulso que ahora experimentaba era ya conocido. Revertía de nuevo las sensaciones ya olvidadas cuando descubría un artilugio desconocido.
El circulo se iba cerrando, cercando como a un escorpión angustiado. Y la verdad, no era un vicio que pudiera condenarle.
Desgraciadamente lo único que carecía ya de valor, sin prácticamente percatarse como una estalagmita que se va erosionado con los años, era la presencia de los suyos. Estaba condenado a la soledad. Jodidamente solo sin haberse dado cuenta. El tiempo le había castigado. Había extraviado las hojas del calendario. Las horas perdidas en la inmensidad de la luz de un plexo desvariando las coordenadas espacio temporales medianamente normales. La ansiedad, la avaricia. El contacto con las teclas. El pulso alucinante de la pantalla. Ese, su mayor reto. El único que ya contaba para él.
Su compañera se llamaba Soledad. A pesar de que ya contaba con quince mil amigos en las dichosas redes sociales. Y aquello le reportaba una extraña sensación. Una sonrisa de triunfo o quién sabe, quizás de locura.
Te ruego no intentes adivinarlo. Es un juego peligroso.
El impulso que ahora experimentaba era ya conocido. Revertía de nuevo las sensaciones ya olvidadas cuando descubría un artilugio desconocido.
El circulo se iba cerrando, cercando como a un escorpión angustiado. Y la verdad, no era un vicio que pudiera condenarle.
Desgraciadamente lo único que carecía ya de valor, sin prácticamente percatarse como una estalagmita que se va erosionado con los años, era la presencia de los suyos. Estaba condenado a la soledad. Jodidamente solo sin haberse dado cuenta. El tiempo le había castigado. Había extraviado las hojas del calendario. Las horas perdidas en la inmensidad de la luz de un plexo desvariando las coordenadas espacio temporales medianamente normales. La ansiedad, la avaricia. El contacto con las teclas. El pulso alucinante de la pantalla. Ese, su mayor reto. El único que ya contaba para él.
Su compañera se llamaba Soledad. A pesar de que ya contaba con quince mil amigos en las dichosas redes sociales. Y aquello le reportaba una extraña sensación. Una sonrisa de triunfo o quién sabe, quizás de locura.
Te ruego no intentes adivinarlo. Es un juego peligroso.
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