Era flor de primavera. Era el pensamiento más hermoso. Y eso que no creo en la certeza de la verdad absoluta. Conservaba la cadencia del poema en su cuerpo y con su ritmo de tierna guayaba embelesaba a los hombres.
En algún rincón obscuro de su pasado demoledor guardaba el secreto de un suceso. Quebrada era la forma de reconocerse en el espejo inverso. Cayo como manzana arrojada en la sima del pecado. Y el ritmo se volvió contra ella con el efecto de un bumerán.
Y los acólitos de sus devaneos la vieron perecer de la ansiedad más absurda. Y el reflejo de su mirada soslayo la pena. Bebiendo de la cicuta de la autodestrucción. Se dejo arrastrar por un impulso más fuerte que el que transmitía la luna en lo alto de su azotea.
Pasaron años hasta comprender su infortunio. Ella que, poderosa, había sido la más deseada de los mortales de su barrio. Ella, diosa de carmín escurridizo. Perdición de los ilusos. Tantos derroches a su alrededor. De nada sirvieron porque no aprendió. Y lo peor es que, perdió la razón. Influjo de hembra perdida por la dispersión de un influjo de pecado en forma de truhán embaucador. Figura chulesca que embelesa a las pérfidas más crueles. La manipulación de la mantis religiosa claudica ante la voz grave del macho alfa.
El paso del tiempo se reflejo en su imagen. Cargó con los años antes de tiempo. El destino del desamparo llego a su encuentro y la voz de la soledad irrumpió en su garganta. No reconocía a la chica que fue. Ahora la mujer predestinada al olvido se mece en la mecedora de la quietud. Lamiendo las heridas de cualquier tiempo pasado fue mejor. Y teje la ropa del nieto que nunca tendrá.
Las heridas del miedo espantan pero la locura es el peor de los remedios si no sabes enfrentarse a los problemas. Allí las horas pasan, la mente se aleja y la muerte te arropa con sorpresa de vida mientras va tejiendo las horas al compás del ritmo de una mecedora.
En algún rincón obscuro de su pasado demoledor guardaba el secreto de un suceso. Quebrada era la forma de reconocerse en el espejo inverso. Cayo como manzana arrojada en la sima del pecado. Y el ritmo se volvió contra ella con el efecto de un bumerán.
Y los acólitos de sus devaneos la vieron perecer de la ansiedad más absurda. Y el reflejo de su mirada soslayo la pena. Bebiendo de la cicuta de la autodestrucción. Se dejo arrastrar por un impulso más fuerte que el que transmitía la luna en lo alto de su azotea.
Pasaron años hasta comprender su infortunio. Ella que, poderosa, había sido la más deseada de los mortales de su barrio. Ella, diosa de carmín escurridizo. Perdición de los ilusos. Tantos derroches a su alrededor. De nada sirvieron porque no aprendió. Y lo peor es que, perdió la razón. Influjo de hembra perdida por la dispersión de un influjo de pecado en forma de truhán embaucador. Figura chulesca que embelesa a las pérfidas más crueles. La manipulación de la mantis religiosa claudica ante la voz grave del macho alfa.
El paso del tiempo se reflejo en su imagen. Cargó con los años antes de tiempo. El destino del desamparo llego a su encuentro y la voz de la soledad irrumpió en su garganta. No reconocía a la chica que fue. Ahora la mujer predestinada al olvido se mece en la mecedora de la quietud. Lamiendo las heridas de cualquier tiempo pasado fue mejor. Y teje la ropa del nieto que nunca tendrá.
Las heridas del miedo espantan pero la locura es el peor de los remedios si no sabes enfrentarse a los problemas. Allí las horas pasan, la mente se aleja y la muerte te arropa con sorpresa de vida mientras va tejiendo las horas al compás del ritmo de una mecedora.
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