La sensación de libertad se volvía a intuir. Mi chica al volante. Su vestido ondeaba camino del sur. La velocidad instinto único para aplacar la ansiedad de la huida.
Mientras Loquillo, Maná y otros grupos iban surfeando las ondas del aire. Cómplices de una nueva aventura.
Corrían tiempos duros. Los pueblos que atravesamos estaban inhóspitos. Nuestra estancia en Trujillo había sobrecogido el alma. Las chovas pululaban en un desorden de cantos mutilados. El agua reseca y las calles simplemente solas. Los grajos carcomían el alma y el augurio era un grito desgarrado de ausencias difusas. Las calles lloraban como huérfanas los nombres que no pisaban ya las calles.
Ausencia era la pose primorosa de sus cuerpos. Ausencia en lo que antes eran bares llenos. Ausencia en las calles antes repletas de dicha festiva. Ausencia en la voz seductora de los jóvenes en busca de vida y compañía. Ausencia de lo que un día fue ensoñación y esperanza. Ausencia de un pretérito de futuro.
Antes se hablaba de botejara en tierra extraña. Ahora no salen de sus guaridas relamiendose las heridas. A golpe de pipas y "paseo tardío ya anochecío". Suelas resquebrajadas en mirada incierta. Tan sólo las tiendas de chucherías y frutos secos hacen su agosto.
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