Una de las calles me llevó al final de mi veintena al menos. Garitos de noche y almas al encuentro de venturas que conquistan alma y hacen del locuaz caballero un pícaro. Encuentros de rock and roll y alcohol, de juventud y vivencias. De vida y milagros compartidos. Como una piedra rodante oradando el camino. Y así con el Love me do de tu presencia nos adentramos en el complejo venido de otro tiempo. Como un pueblecito de pescadores con sus recoletas y blanquecinas casas en derredor nos trasladamos a los años sesenta para experimentar estos días.
Con la sana satisfacción como reflejo en nuestras caras de la acción de los Rolling nos comemos las sensaciones que nos brinda la isla. Aunque el calor húmedo que nos acorrala instala el complejo del seco calor de la meseta peninsular. Ligera lipotimia al brindis de nuestra presencia en la mañana de nuestro aterrizaje. Con el complejo satisfecho e instalados en un coche que no imaginamos. El volkswagenpolo nos insinúa el sabor del cierto lujo. Aunque nuestra esencia prosigue en la sencillez del disfrute isleño y su tiempo lento, un pequeño lujo que de seguridad y confort en nuestra aventura se agradece.
Con el tañir de las campanas repicando por la vieja generación. Mi generación como entonaba la letra de los Who. Como todos los reyes fueron cayendo haciendo camino al andar. Ese camino en el cual todos hemos librado alguna batalla. Sólo los vivos y los que recordamos tiempos pasados somos capaces de rememorar. Como John Mayall tocando un blues que recomponga figura y eleve el espíritu de los perdedores. Quizás sólo me falta un porro para penetrar más la imagen onírica del presente y los cantos de sirena de mi musa en brazos de agua y vida.
John Lennon de nuevo en un viaje sideral mientras poniente sorprende las risas de los ecos de las playas. Dejando un regusto de brisa en pos de una canción. Mientras la piscina mece sus aguas tranquilas en espera de cuerpos a los que amar.
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