Así pues, con el efecto de la sensación nocturna de la libertad cerró la maleta. Inundando las calles el abrazo del otoño, en el pedestal del centro, de la almendra de Madrid. Inspiró por un instante, sintiendo el agua en la piel de su cara. Era lluvia fresca de recién amanecer. Sin ningún tipo de indiferencia sintió la profunda sensación de una palabra: privilegio. Así es, la emoción le embargaba en los poros de su piel, era un tipo privilegiado. Lo sentía tan intensamente que los reproches a sus malos momentos eran olvido de agujero negro sideral. Pensó que a uno le podía proveer la vida de una manera más positiva o negativa, pero de nada servía si el jugo de la existencia no era disfrutado con fervor. De la misma efervescencia de la fruición, lo mucho o poco que tenia, era saboreado con la pasión del instante.
Respiro tan profundamente como recordaba. Se caló el sombrero y con pose de galán asió su equipaje. La vieja estación, frecuencia de sus anhelos. Vigor de privilegio, arrogante frente al futuro. Embozo su cobardía y sus pasos en el anden se perdieron, entre la multitud de historias dispares e interrogantes sin resolver. Entre el humo de la desesperación y la inercia de un viaje desconocido.
Subió al vagón y allí, su privilegio se perdió.
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