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La mala educación de nuestros infantes


Francisco Javier Fresneda Diadosa

La mala educación de nuestros infantes

Licenciado en Derecho. Recursos Humanos

Con las mismas armas que un hombre sin escrúpulos enseñó a su vástago a defenderse, abocado en una línea dispersa, enfrentó las disputas infantiles en personales afirmaciones de autoestima.

La violencia disimulada era reproche a las sacudidas de traviesos mocosos. La frontera de la igualdad entre los iguales era sueño de artificio, ya que la única justicia era la del padre bajo la instrumentación de la marioneta del niño. Eran temor de parque y compañía de desconfiado amanecer, confiscado a las buenas maneras de su pose.

Otra madre, en cambio, bajo una cúpula de cristal, confirió la esencia de su hijo y la presencia física era motivo del cuidado del mimo excesivo. De pura exageración el niño lloraba sin más con una simple mirada. Era un requiebro en el alma.

Otro padre socarrón, gesticulaba con la vanidad del importante, hechos y acontecimientos que jamás su hijo había realizado. Alharacas sin gloria en papel mojado. Así el niño, era observado con el escepticismo de los hombres sin fe. Mucho ruido y pocas nueces.

Más proclive a los excesos los tutores de los gemelos de rojo pelo, por su graciosa apariencia y tierna imagen, los llenaban de cumplidos y regalos. Sobrevaloraban su imagen con el exceso apetecido de unas cuentas por quebrar. Los niños cansinos se hastaban en seguida de los presentes. Sus ínfulas de derroche eran colmadas por unos padres que perdieron el norte sin querer.

Y es que, queridos míos, mi pregunta lanzada al aire y que no sacia mi inquietud es ¿qué estarán criando los padres de hoy?, Con el escepticismo económico y reajustes de inverosímil magnitud, estamos creando entre todos una generación de pequeños frustrados que al primer “no” huirán al consuelo de sus padres. Horror de criaturas creyendo que la palabra “cariño” va a quebrarse. Creo sinceramente que con estas actitudes nos estamos, erróneamente, equivocando.

 Tendremos déspotas consentidos que no verán y aprenderán los principios del sacrificio, de la solidaridad, de la educación, del respeto.

Ni la maldita asignatura para la ciudadanía ni las clases de religión sirven de algo, si los padres no dan preeminencia a unos valores extintos que ayudarán en un futuro al crecimiento del niño, como nos pasó a todos. Si no, tendremos déspotas consentidos que no verán y aprenderán los principios del sacrificio, de la solidaridad, de la educación, del respeto.

Ya no son suficientes las películas de Disney para transmitir las enseñanzas que nos querían inculcar porque, al fin y al cabo, son películas. Ahora, sumimos a los niños en una carrera alocada por ser los mejores, los más bonitos, los más listos, al menos, de palabra. No admiten un segundo lugar. Si no todo su mundo se desmoronará y eso, lamentablemente, no lo podemos permitir. ¡Qué sería de nuestro amor! Aquí es donde radica el problema, porque en un futuro sin sobreprotección estarán expuestos y ahí, vendrán los verdaderos problemas psicológicos. La inadaptación acarreará víctimas y el sistema tendrá una sería preocupación.

Con este temor me enfrento, ahora que comienza el verdadero curso escolar. El otoño da paso a una interrogante enorme, en el abrazo de los colegios públicos, en un pulso perdido en aras de una desconexión del poder con el pueblo. La educación se resiente como el clamor indignado de las verdes mareas.

De las privativas veredas del dinero de unos pocos, el futuro es un verbo sin aliento. Sumado al descontrol de los tutores y educadores, el infantil crio es un juguete mal criado que se desorienta fuera de su campo protector.

Si los padres no enseñaran la violencia consentida del 'ojo por ojo', quizás ganaríamos en diplomáticos y en demócratas de bien.

Si el exceso de celo no vinculase la figura del púber al exterior, la palabra comunicación y la sensación de polis e integración ganarían adeptos.

Si de las exageraciones y fantasmadas de un padre que nunca pudo ser, olvidaríamos frustraciones y generaríamos la verdadera voluntad de las vocaciones.

Si de las excesivas consecuencias de un derroche económico, obviaríamos penurias. Acostumbrémonos a ser felices con lo que se tiene y no cansarse de lo que con tanto esfuerzo se consigue.

Salvemos a los niños y a los valores que se desploman como accidentes iracundos de la bolsa. Salvemos ahora de un futuro incierto y consignemos la voz de la creatividad ante tamaño disparaté.

Salvemos a la educación de morir quemada. Salvemos del holocausto de la indiferencia y la frustración.

Mientras recuperamos los valores perdidos en las bocas de sus hijos me despido hasta la semana que viene. Y como siempre, disfruten de mi ausencia.

Kerouac97@hotmail.com

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