No se consumió en la bocanada del suspiro. Se fijó el halago en el reproche de su escote. En la parentela de los mirones que zascandileaban alrededor de su melena ondulada. En la carnalidad de su palabra en forma de labio. En la expresión de toda laya que jaleaba la forma de sus pómulos. Su descuidada presencia erótica se dejada caer sutilmente al rellano de su asiento. Disfrutaba con su pose embelesada de mito descarnado y carnal obsesión de los hidalgos resueltos como Quijotes de lanza en astillero.
Aunque ella, con el paso de los años, aprendió a zafarse de la lascivia con su coraza tejida y su adarga cubriendo su sensible corazón. Ella no tenía la culpa de despertar los instintos masculinos, de ser la Dulcinea erótica de las miradas plebeyas de sus compañeros de vagón.
Pero si era dolosamente culpable de alegrar la vista cada mañana en un ojalá de tan bello día.
JavijerryLee@2013. 8 de noviembre.
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