Cojo el autobús en lluvioso día, será la melancolía propia de la época. La falta de cada vez mayor número de personas queridas. La ausencia de la palabra compartida y los recuerdos encantados que pueblan mi memoria. Pero no estoy triste. Me siento acompañado dentro de mi ausencia. Pura anfibología, semejante al rigor de estos días.
Pasado ya el ajetreo de las bolitas y el tradicional sorteo navideño, la salud reconforta mientras subo la cremallera de mi cazadora. No hago enjuiciamiento de algún tipo pero los días del pasado vuelven a mi. Cuando la mocedad de los años mozos, valga la redundancia, eran la gran ilusión de las fechas presentes.
Cuando mis padres me llevaban a las oficinas de la compañía Telefónica, acondicionadas para mostrar los regalos de Reyes para los hijos de los empleados, deja un sabor auténtico y familiar como el olor del café de la mañana, recién levantado. Tiempos inocentes a pesar de las dificultades de la transición española. Pero entrañables al fin y al cabo. Recorro los trazos del barrio infantil y adolescente. Cuando carteros y repartidores de la bombona de butano venían por las casas a recibir su propina. Las fiestas del colegio y la inmensa alegría de partir hacia el lar de nuestra tierra en las Huertas de Animas, cuando abuelo Resti aglutinaba en torno a él a su familia de vástagos. Las calzas ilusorias de la Navidad en la mente de un púber. Compartiendo las aventuras de los niños y de mis perros callejeando por las trochas. Pedir el aguinaldo y que no te recibiesen con un palo largo. Correr con la alegría del villancico y creer en la magia navideña. Las tardes de brasero y los partidos televisados del trofeo de Navidad del Real Madrid de baloncesto. Épicos momentos, engrandecidos por el paso del tiempo. Caminatas por el campo y visitas escondidas a la ciudad medieval de Trujillo. Días de rescate y recogidas escarchas de libertad. Primeras trastadas y vuelta a correr. Recados y horas de comercio, ayudando a mi tío y a mi madre. Minutos de deseos y vuelta al hogar para después escapar. La Navidad era lumbre y calor de risa. Ilusión juvenil de tiempos por hacer. Donde la palabra desencuentro o desencanto no tenían razón de ser.
La idea primera era el impulso de nuestra vitalidad a pesar de la timidez sostenida en el rubor de la presencia. Días breves, claros y exactos en el calendario. Ciertos de la ansiedad del que lo tiene todo por descubrir, siendo cada día una nueva aventura que presta al desconocimiento y al interrogante.
Pasados los años los escollos se multiplican, las familias se fraccionan, la vida te resta personajes y personas entrañables, suma vivencias y nuevas caras que logran el cariño cómplice de algo propio y tuyo como querencia. Dejo atrás la política y la crisis económica o existencial. Me sumerjo en la idea navideña como un encuentro y un retorno a las costumbres. Vuelta a casa era el eslogan y de ahí las fuerzas del mañana. Que estas fechas sean el chocolate caliente y nutritivo que nos alimente. Siendo el consuelo de nuestra falta de aliento. Nuestro avituallamiento a los días que vendrán y el esfuerzo que generarán las luchas cotidianas. Dejemos de lado la impropiedad de la confusión que reina estos días en nuestro mundo y por mor de la fortuna, en el horizonte. Que sean días prolijos en el esmero de la buena voluntad. Abono de futuro por ver.
El frío me muestra el camino del privilegiado calor de hogar. Sonrío distraído, conservo sueños e ilusiones. Me ruborizo aún como el tímido que fui y, creo seguir siendo. Satisfecho y sintiéndome seguro, deseo pasen unos felices días en compañía de los suyos y de los demás. Me despido hasta la semana que viene, disfruten de mi ausencia y, Feliz Navidad.
Por supuesto, les dejo un respiro para olvidar mis desvelos críticos hacia los políticos, la sociedad o lo que haga falta. Pero siempre con buen humor e ironía. Las trazas justas para combatir en este mundo. Esperando a los Reyes Magos para que me trasladen a las Huertas y por ende a Trujillo, para compartir con los míos.
Comentarios
Publicar un comentario