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"Yo confieso. Primera parte."




No siempre acostumbro a escribir en primera persona acerca de mi biografía directa.  Pero, en este momento íntimo que la luna me tiene agarrado el pecho y las vibraciones positivas del fin de semana hacen que quiera explayarme en el blog a modo de diario. 

Así pues, no tengo más remedio que confesar algo entre el abrazo de tus líneas y el sabio consejo de tu silencio. Sabes que siempre consideré el aniversario vital como una factura anual. Como ese derroche contable en el que hacia balanza de lo que fue la anualidad física antes de enfrentarme al nuevo dígito. Para lo cual, necesito el mes de diciembre con su frío embaucador, con la nostalgia derramada por los momentos hechos en las costuras de mi figura y en los parches de mi voz. Patentada la estampa de los años impresos en mi rostro de ingenuo mirar. Con semejante diatriba en el pulso del recuerdo dejó que la balanza de mi subjetividad valore y sentencie. 

Después de tantos años de ausencia y sequía de festejo compartida con amigos, ya me había acostumbrado a celebrarlo en la intimidad familiar. Sólo tenía como tal, la importancia de permanecer en el recuerdo de las personas, de diferentes grupos de relaciones, que poblaban mi existencia. Así pues, las llamadas; mensajes; saludos; redes sociales; correos electrónicos como cualquier medio que probase y constatase la pérdida de tiempo para mandarme o emitirme su saludo y por ende su felicitación bastaba para hacerme feliz. Más si cabe, después de los largos años de peregrinaje con mi padre para luchar contra su enfermedad. Cosa que volvería a hacer mil y una vez que ocurriese. No hay mayor orgullo que permanecer tan unidos en tan mortal batalla. Tantos años de lucha me hicieron desaparecer de la vida social de la que alguna vez fui príncipe de la noche, galán de la alegría y señor de las locuras de la luna encantada. Más es así, que no quise ser lastre para nadie y de lastres también yo me deshice. Una época de la que no comento más. Sólo que dejé de celebrar mi cumpleaños masivamente para amigos, compañeros, conocidos, interesados o almas que cruzaban por mi camino y solícito atendía la soledad de su presencia como amigo desconocido. Dejé ya de ser samaritano de verbos ausentes. Luego, la presencia del adiós en forma de muerte trastocó los impulsos. Mi lucha ya no tenía sentido. Lo único que pretendía era volver a reencontrarme. Oír la voz del vocablo correteando por mis labios o el susurro de un beso destemplado en la pupila del amor de mi sirena. Sin olvidar jamás la palabra padre y el nombre recostado en la figura del mío. Así pues, la auto exigencia y el impulso de la ilusión sirvieron para construir al hombre que ahora soy, sin olvidar pilares importantes que me han acompañado en la travesía. 


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