Violento su nombre en la cicatriz de un poso de pensamiento. El frío tan intenso hizo de sus dedos témpanos sin tino. El café caliente era cuestión de tiempo en el pensamiento reconfortante del calor. Las palabras eran sesgadas por la temporalidad escarchada del propósito. Asimilo la violencia del hecho en si. Lo mantuvo en el equilibrio del pensamiento y en la apostura de su ego disimulado. A pesar de las cuitas navideñas y de las guirnaldas, sopesar el acto conllevaba la consecuencia indeseada de la violencia sobre su nombre. Repetía con afán la culpa de la acción sobre su mano temblorosa. Ya no sabía si era el frío o el reproche de la conciencia que fustigaba su presencia y la desvergonzada gestualidad del interrogante la que enaltecía su inseguridad.
La pertenencia a la raza humana es el impuesto que había que dar por su capacidad electiva. Impidiendo muchas veces el sueño de los justos. Carcoma de presente para una solución tal vez equivocada, violentar su nombre. No consumió jamás la vena encendida en su cuello y el oprobio se fue materializando en el polvillo insano del resentimiento. Juzgar su decisión sería más que nada un mero acto de cobardes indisciplinados porque cualquiera había alguna vez violentado su nombre.
La expresión cariacontecida de su gesto y la carga pesada del hecho, no hacia más que vulnerar el estado tranquilo de su sique y la ansiedad anegó las paredes blancas de su paz. Violento su nombre con la caricia de un leve impulso de sus dedos en la precoz distancia de un instante. Sin tiempo para remordimientos, sin vuelta atrás del momento equivocado. Tal vez pensó, no debería violentar su nombre ya que alguna vez significo algo en su vida quizás. Aunque ahora no lo recordase. Pero la decisión ya era firme y, la firma de su dedo sería el ejecutor de la violencia sobre su nombre. Esa era la sentencia del comité de sus pensamientos. Había valorado los pros y los contras, era el único camino posible. Inevitablemente sopeso el hecho de haber sido un hombre pacífico, noble y tranquilo. Pero esta vez, ni siquiera esas características le servirían para salvar su nombre del peor de los destinos.
(Hasta aquí escribí el otro día. A partir de aquí el verdadero final) * nota del autor.
Las cuestiones batían sus alas alrededor de sus dudas y como gaviotas deglutían la respuesta con la continuidad de la certeza quebrada. Su silencio era sentencia y el desconocimiento del desconocido nombre era la ejecución sabía de su elección. Así pues la decisión estaba tomada como un disparo directo a la razón de su querencia.
Tomo entre sus manos el móvil. Abrió la agenda y marco las teclas marcando un nombre, su nombre. Allí estaba en la pantalla como queriendo pedir disculpas por su olvido. Recordando algún instante que le permitiera condonar la deuda. No hallo ráfaga de recuerdo. Ni tan siquiera negativo. Era insustancial en su memoria. Se encogió de hombros, suspiro como última despedida y su dedo índice pulsó la tecla de "eliminar".
Fin.
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