Despaché el cigarro y, en su última bocanada, como un pálpito se fue la mala persona en la que me convertí esa tarde. Sonreí al disiparme como humo. Aunque me hubiera gustado atrancarle la nariz en un grifo. Tan solo, golpeé su mandíbula con mis nudillos. Cerré el trato así. Me despedí con un breve gesto de mi mano sobre el ala de mi sombrero. Solemne como pude, mantuve a salvo los nervios y me fui, con cierto pavor en mi cuerpo.
Después vinieron las broncas y la apertura de expediente en La Oficina. Mis superiores me conminaron a no volver a las andadas. Guardé mi vena para mejor ocasión. Pero nadie sabe que calma contemplé. Aunque no queramos, a veces hay que poner a los tipejos, por muy clientes que sean, en su sitio.
Ella me besó, aunque recriminó mis impulsos. Me sermoneó como buena mujer de propósitos leales y, educadamente, me sedujo con la maestría de una maestra. Acabé en su regazo sorbiendo los sueños de su carne y los polvos de su piel. Acumulé la necesidad de su cuerpo y me relajé, con el gusto animal del celo en su empuje salvaje.
Como un superviviente que sabe de su final, sigo sorbiendo y disfrutando la vida a tragos intensos. Como me trasmite Imelda May. Una heroina en un mundo de hombres. Vital arrojo que, aunque trasmute su estilo, sigue trasmitiendo la feroz esencia del que recorre el camino de la vida con fe. Fe en el rock and roll.
Retazo de libertad. 18 de septiembre 2017.
Señor Jerry Lee, me está gustando mucho esta tendencia que mantiene en sus últimos artículos de mezclar narración, poema en prosa y música. ¡Enhorabuena!
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