Coronavirus día 63
De la decisión
Ora ya la mañana en el despertar de un mayo anodino. Ora ya la hora del pulso encendido. Ora ya la decisión. Sin apercibir el pensamiento, en su silencio ora la necesaria firmeza para elegir a cada instante. Como todos.
Se dispuso a fregar con instinto asesino, un hombre de calmoso pulso. La decisión que debía tomar era la causante de sus nervios. Algo le decía que no era fácil y cualquier opinión al respecto iba a fracasar. Nada le haría convencer. Estaba condenado. Su deriva traería consecuencias.
Los niños jugaban en el jardín, bajo la atenta mirada del anciano. Para él, después de su crisis emocional, sus nietos le habían dado vida. Cuando eran mas pequeños, todos los días los llevaba y recogía del colegio. Se quedaba contando historias y jugando, mientras sus padres salían a divertirse o crecían en sus respectivas carreras profesionales. No debía olvidar que comenzaron en un pequeño apartamento. Cuando el abuelo se volcó con ellos avanzaron. Ahora vivían en un gran chalet, en una de las mejores zonas residenciales adosadas a la gran ciudad. Con todo lujo de detalles. Recordando que lo material es lo importante, hoy en día.
El estruendo de unos vasos rotos le sobresalto. Se enjugo sus lagrimas y continuó con sus cavilaciones. A su hijo solo le preocupaba ascender y el coche ultimo modelo del que podía encapricharse. Pero, el anciano se daba cuenta de todo. Comprendió su error. No podía hacer nada. No había forma de pararlo. El ascenso estaba firmado. La cuenta de tres millones de euros también. No podía evitar ciertas palpitaciones. Su pulso era acelerado. Se dirigió al mueble bar estilo victoriano y temblorosamente se sacudió un buen trago de whisky. Estaba condenado. Sin salida, precipitado por las circunstancias.
Afuera, el tiempo comenzaba a cambiar. Las hojas salpicaban el suelo del parque como un tamiz. Las disquisiciones caían de las ramas y el abuelo soñaba. Estaba con su familia a pesar de tanto lujo. Algo a lo que él nunca se acostumbro. Tenía el cariño de sus nietos. Su hijo al que apenas veía, le satisfacía con cargas de puros habanos y cohibas que le hacían recordar las noches del Copacabana. Su nuera, con la que congenio desde el principio, era su máxima valedora y en el último año apenas la veía. Su trabajo le hacia viajar constantemente. Nunca entendió a que se dedicaba realmente.
Otro plato roto, consecuencia del alboroto de su psique. Derivado del impulso de su pensamiento errante. Ya, lo único que le preocupaba era su extraña enfermedad. Le estaba paralizando poco a poco. Cada vez le costaba más caminar, hacía varios meses que no salía de casa. Los niños eran su consuelo. Cuando le asaltaban a preguntas, cuando le abrazaban, cuando le besaban. Eran su tesoro. Pero su nervio era su traición. Sus dudas siempre enojaban a su decisión. Las dudas siempre condicionaban a su decisión. Y cada día era una decisión.
Sea el aullido capaz de tomar la decisión menos errónea posible.
Día 63 15 de mayo de 2020
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Kerouac97@hotmail.com
Cada día es una decisión, señor Jerry Lee.
ResponderEliminarAprendamos algo (que mucho se puede aprender) de este abuelo y su experiencia.
¡Gracias por acompañarnos un día más! Cuídese.