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"Miedo futuro, paliza constante"

"Miedo futuro, paliza constante"


Las heridas rotas de su memoria. El brazo partido de su dolor. Amnésica consecuencia de la ceguedad del amor o del miedo enquistado al futuro incierto. No quería dejar al albur la soledad de sus cuarenta y tantos. Su refugio la esperanza del hombre bueno que conoció. Lamentaba el reproche y la confrontación. Por eso no escarmentaba por cada golpe recibido. El compromiso del rechazo no era apercibido por su corazón. Y más si terceros lo veían y clamaban su abandono. Por duro que fuera no era menos cruel que el collar que atrapaba su relación. Dependiente del afecto despótico del hombre que la embelesó. Descarte afectuoso de las posibilidades que obvio. Los rosales con espino eran inocentes espigas que guardaban ira a flor de relación. 

Con la crecida de los problemas en crisis laboral, el sinsentido se hacia sentido en los tragos de un ron con cola. Varios cuba libres después los hielos eran pedradas al alma y el sabor era la agria lágrima de una paliza de desvaríos. La rebelde hombría del cobarde enmarcada en los puños y los brazos. Tatuada en el cuerpo de la mujer, de mil lamentos emprendidos y sonrisas dispersas por su cotidianidad. Los platos rotos de la desilusión no eran suficientes para abandonarle. Aún había vajilla suficiente y el ajuar era motivo de aguante. Quizás debía no dejar nada a la improvisación pero el arte desconocido del mal trago y la sorpresa de las mil salidas, la dejaba descolocada en un lugar que no era apropiado para su fin. Por mucho rincón de pensar y nuevas broncas o conversaciones susurrantes, no veía solución a lo inapropiado de la situación. Se derretía como chocolate en boca de deseo al escucharle decir "te quiero". O al contacto de unos juramentos que caían en el pozo de los olvidos. Promesas de cambio de errante sentir que percutían en su mente como señuelo del cazador para atrapar la presa. Las credenciales de su presencia eran el firmamento de su miedo. La presencia de la soledad abortaba el abandono. La temeridad de la huida el error de su violencia. Era alimento de su alma, y devorada necesitaba sentirse. 

La plegaria del advenimiento del hombre nuevo no era escuchada y los divos efectos que inmolaban su culpa eran brasa de nuevo abrazo. De cadena en su corazón y de galera condena en su vida. Brutal premio para su cariño constante y esforzada resignación de los tiempos cambiantes. Persigno su rostro cada mañana como juramento ilusorio. Como credo al que enfrentase la ingratitud del odio. Lema signatorio en el umbral de la desesperación. Y su valor no era valor, sino agua turbia de desgana y sucia pasión. Golpe constante en su sien. Las cábalas de su interrogante. La negativa del miedo imposibilitaba la posibilidad de aires nuevos en su corazón abatido. 

Y así seguía luciendo la colada en el tendedero, las camisas planchadas y la cena dispuesta, no fuera ser un mal trago no tenerlo todo listo. Mañana volvería a amanecer sobre las aceras calientes de la gran ciudad, mientras la fría cotidianidad escondía los dramas del corazón. 

JaviJerryLee®2015. 10 de junio. 




Comentarios

  1. ¡Qué horror los malos tratos! Ojalá todas las víctimas tuvieran la "posibilidad de aires nuevos en su corazón abatido" y disfrutar la vida (buena) que, sin duda, merecen.

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