No es que se acerque época de matanza en este otoño suave. Es el sustantivo que moda en adjetivo vistiendo los ropajes del presente adoquinado y callejero. Es la ruta sucia que se emplea dura en la imagen y la ruptura manifiesta de los valores rurales y urbanos. Que el humano es un trampantojo en ideal de compostura y modales. No es baladí la cuestión porque puede socavar y ser asunto sanitario.
Hace tiempo como ustedes saben, si me siguen a través de mi columna, de mi afición por lo que ahora llaman running, por la velocidad de crucero intuía, y no por la rapidez de mis movimientos sino por la concentración para no caer, en algo que se ha materializado como evidencia. A raíz de volver a tener la compañía de un cánido en mi vital presencia, he comprobado la ferviente persecución del desorden y la suciedad. Atisbos de cerdos por doquier, cochinos sin escrúpulos revolviendo todo lo asumible en pos de su desesperación.
Aquí es donde entra en juego la ironía de la noticia y, es lo que no tengo claro el planteamiento de las ordenanzas municipales en estos casos. Verán, les pongo en situación, a raíz de volver a tener un cachorro, me fijo más en mis paseos cotidianos en el suelo y me percato del susto a cada paso, es constante el agravio del ciudadano hacia sus vecinos. Plásticos, detritus, excrementos de humano gesto, porquerías olvidadas adrede como juego de ajedrez, cristales rotos de corazones partidos o de guerreros de la noche y trovadores del ocaso en basura de términos. La vergüenza ajena es evidente pero el mosqueo se hace patente cuando lees noticias como que el ayuntamiento de Madrid estudie multar con setecientos cincuenta euros al que no recoja la cagada de su perro. Flaco favor hacia un sector de población más vulnerable, si al resto no se le pena por lo mismo. Porque muchos cerdos de bípedo movimiento son más sucios e in cívicos que nuestros leales compañeros. Y no sólo en el foro de la capitalidad sino en nuestro municipio histórico donde entre trocha y trocha siempre existe un escarceo y un revés para la pulcritud y los buenos usos.
Recuerdos de primigenios botellones ahora tan inevitables en el ocio nocturno de un sábado febril. Antes, quizás éramos menos, nuestras sobras bautizaban las pocas papeleras existentes o al maletero eran abandonadas. Ahora, raro es el matutino paso del domingo que unos cristales esparcidos o unas botellas sean motivo de sobresalto en las pezuñas de los valores. O los restos del naufragio despistadas adrede por las obras efectuadas. O los ropajes de otro tiempo que en un absurdo son tiradas a la vista del paseante, quizás por si les sirvan al viandante encontrado. O rastros de un roto condón o menudencias de escarceos de trapicheos ansiados.
Se hace tan evidente que me parece tan irónico ir recogiendo en una bolsita de plástico los truños de mi perrita entre tanto basural, entre la ricia y la inmundicia de tanto cerdo suelto. Y luego, se extrañan y llaman al orden por cualquier menudencia. Peores lodos los del egoísmo que no dejan ver entre tanto lodazal tú porquería. Porque queridos míos, mucho guarro libre al gusto de la comitiva y hozan de ser pulcros en la ingratitud de su ceguera cultural, emocional y educacional. Espero las normas municipales amparen estos hechos y traten la sanción como merece tanto cochino andante.
Espero ya, después de un fin de semana de kilómetros recorridos en una bonita media maratón, nos hagan derrocar los caminos de la barbarie y disfrutar del camino tanto a cristianos como a moros o judios sefardíes o agnósticos de todo credo y condición e incluso a los ateos y excepticos de toda clase, porque como los corredores lo importante es disfrutar del viaje, ya que el ciego mañana ni la fe no los asegura y la boca del pecado es el asesinato ya sea dirigido o aleatorio. Ese es el pecado mortal que todas las religiones deben condenar y todos los que procedan con su odio hacérselo mirar. Que sea limpia la marca de la conciencia y nada enturbie la emoción de la carrera de la vida. Me despido pues, disfruten de mi ausencia, que con sus aplausos y gritos de ánimo limpien todo mal pensamiento de las almas que condenan. Que inviten a un brindis de vino tinto y jamón ibérico, los exaltados y mártires de Alá verán la vida de otro color. Que no mueran inocentes ante este despilfarro de política internacional y vacuas penitencias por fatuas enquistadas y carentes de toda lógica y sentido. Porque aplicando el sentido común DIOS no lo permitiría.
Y por favor, no se olviden, llamen la atención a tanto cerdo mal intencionado. Que no se sigan riendo de ustedes, mis queridos lectores.
Ps. Valga un recuerdo a las víctimas del terrorismo, por ende y acusando el desvarío a los caídos en la ciudad de la luz.
Apreciado Jerry Lee, si siempre es un placer leerte, más aún si cabe poder comparar distintas versiones de tus textos.
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