Coronavirus. Día 4
Con el acicate del aplauso, unos urden extrañas estratagemas que desvirtúen la razón de la verdad.
Mientras cenamos, mi hija nos demuestra en un pequeño haiku, improvisado en los gestos de sus manos. Una sopa de fideos consagra el juego de sus dedos. Dos cucharas, una a la izquierda y otra a la derecha. Simbolizan el hecho de que la solución o el fin es el mismo: comer. Una pequeña mocosa de veintiún meses con el hacer ambidiestro, idea la solución. Colaborando las dos al unísono. Dejando las diferencias y en su equidistancia no dejan lugar a situaciones díscolas que eviten la buena intención de la solución. Muchos deberían predicar con el ejemplo de la moraleja. Colaborar ante la adversidad, como diría un buen cristiano.
En estos tiempos de necesaria colaboración, surgen los haraganes que, con la taimada astucia del pícaro soslayan la inocencia menguante que nos contempla.
Ante el miedo del exagerado holocausto, el criterio de la supervivencia mal entendida se desata. Parece ser que, numerosas mascotas son despedidas de sus presuntos hogares en pos de un ERTE sin precedentes. Posiblemente, no vuelvan a sus antiguos puestos de trabajo y muchas de ellas perezcan. Recuerda la situación de los mayores cuando la ubre no da ya leche, sino problemas.
Por contra, otros aprovechan la situación de tener perros, para anunciar el alquiler de sus mascotas para que los renteros puedan distraer sus pasos y olvidar su confinamiento.
Incluso los hay, atrevidos ellos, osados y mal encarados que, ataviados con traje deportivo, último modelo, con la excusa del perro hacen unos kilómetros corriendo, para recordar sus días gloriosos de gimnasio y escapadas.
Por eso, me vi sorprendido al llegar anoche del paseo con Donna, cuando de las ventanas de las casas surgían aplausos y vítores. Todos mis vecinos me gritaban animadamente a través de sus lares. Incluso me pareció escuchar un bravo precedido de mi nombre. Cuando atravesé el portal henchido de orgullo, sonriendo, subiendo las escaleras a pie sin necesidad de atosigar al, en tiempos, manoseado ascensor. Llegue al umbral de mi puerta donde había dejado una cubeta con líquido para limpiar las almohadillas de mi perra, antes de entrar en el hogar. Donde dejaría también las botas, como otra de las medida de precaución. Pensaba ligero y efectivamente agradecido por los aplausos. Que El Barrio valoraba mi responsabilidad con los paseos del perro, cumpliendo con los consejos y el sentido común. Corto el camino, el justo para satisfacer sus necesidades fisiológicas, con los guantes puestos para recoger sus excrementos en ls bolsas específicas etc. Al abrir la puerta me di cuenta, del error, al escuchar la risa infantil de mi vástaga.
Gracias a los servicios sanitarios, a la salud pública y añado a todos los profesionales que nos hacen la vida más fácil en estos difíciles tiempos.
Resistid que nuestro aullido será poderoso.
Día 4. Lunes 16 de marzo de 2020
«Resistid que nuestro aullido será poderoso»... ¡Qué preciosa manera de concluir su texto, señor Jerry Lee! ¡¡Gracias!!
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